domingo, 16 de marzo de 2014

Desarrollo de la agrupación

En 1944 había llegado a La Habana un inquieto manzanillero, Félix Escobar “El Gallego”, trovador que había tocado con diversos grupos como el Trío Yara. A los Guaracheros se les presenta en 1950 un contrato para actuar en Tampa y Ñico le comenta al Gallego que necesita un bongosero para acompañar al trío; el Gallego se le ofrece pero en coordinación con Picolo y Macías aporta en vez de los bongos un arma secreta además de su criolla y sabrosa primera voz. Hasta ese momento los cuartetos seguían la tradición iniciada por el Caney: tenían dos guitarras, una voz prima que tocaba maracas o claves y un bongosero que normalmente no cantaba pues al hacerlo podía “atravesarse” (perder el compás) con los bongos. El Gallego usó en vez de bongos unas pailas o timbales como los de las orquestas de danzones, pero más pequeñas, de manera que su sonido no opacase a los demás instrumentos, al mismo tiempo como se tocaban con palitos y de pié, podía cantar sin perder el compás gracias a su extraordinario sentido musical; el resultado era que sonaban diferente a cualquier cuarteto y se prestaba más para un repertorio bailable que incluyera otros géneros. El viaje a Tampa fue un gran éxito, 'Los Guaracheros habían encontrado su sonido'. De allí siguieron a Nueva York donde no pudieron trabajar por no estar inscritos en la Unión de Músicos, sin embargo su música era tan buena que algunas chambas se buscaron, entre ellas grabaciones en las que volvieron al estilo original de puros trovadores, simplemente dos maravillosas guitarras, las maracas del Gallego y tres voces transidas de Cuba en temas clásicos de la trova cubana: Mujer perjura, Las perlas de tu boca y Frutas del Caney, además para lograr un sonido más equilibrado con las pailas, agregaron amplificación eléctrica a sus guitarras, en los dos últimos números: Tres cositas nada más y Yereyé, está perfectamente establecido el estilo sandunguero de Los Guaracheros que lleva décadas en el favor del público: un suave fluir que se convierte a veces en golpe rítmico irresistible, para deleite de bailadores o simples oyentes.

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