En 1944 había llegado a La Habana un inquieto
manzanillero, Félix Escobar “El Gallego”, trovador que había tocado con
diversos grupos como el Trío Yara. A los Guaracheros se les presenta en 1950 un
contrato para actuar en Tampa y Ñico le comenta al Gallego que necesita un
bongosero para acompañar al trío; el Gallego se le ofrece pero en coordinación
con Picolo y Macías aporta en vez de los bongos un arma secreta además de su
criolla y sabrosa primera voz. Hasta ese momento los cuartetos seguían la
tradición iniciada por el Caney: tenían dos guitarras, una voz prima que tocaba
maracas o claves y un bongosero que normalmente no cantaba pues al hacerlo
podía “atravesarse” (perder el compás) con los bongos. El Gallego usó en vez
de bongos unas pailas o timbales como los de las orquestas de danzones, pero
más pequeñas, de manera que su sonido no opacase a los demás instrumentos, al
mismo tiempo como se tocaban con palitos y de pié, podía cantar sin perder el
compás gracias a su extraordinario sentido musical; el resultado era que
sonaban diferente a cualquier cuarteto y se prestaba más para un repertorio
bailable que incluyera otros géneros. El viaje a Tampa fue un gran éxito, 'Los Guaracheros habían
encontrado su sonido'. De allí siguieron a Nueva York donde no pudieron trabajar
por no estar inscritos en la Unión de Músicos, sin embargo su música era tan buena que algunas chambas
se buscaron, entre ellas grabaciones en las que volvieron al estilo original de
puros trovadores, simplemente dos maravillosas guitarras, las maracas del
Gallego y tres voces transidas de Cuba en temas clásicos de la trova cubana: Mujer perjura, Las perlas de tu boca y Frutas del Caney, además para lograr un
sonido más equilibrado con las pailas, agregaron amplificación eléctrica a sus
guitarras, en los dos últimos números: Tres cositas nada más y Yereyé, está perfectamente establecido el estilo sandunguero de Los Guaracheros que lleva
décadas en el favor del público: un suave fluir que se convierte a veces en
golpe rítmico irresistible, para deleite de bailadores o simples oyentes.
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